Jornadas Nacionales Sobre Cambio Climático

Sede Mendoza

Historia Social de la Tecnociencia, Cambio Climático y Masonería:
tres luces axiales en el templo de la humanidad

Pablo Souza

1 – Un episodio clásico de la historia de la ciencia nos recuerda a una larga lista de escritores renacentistas que incluyen a John Wallis, Leonardo Digges, Huge Plat y Francis Bacon como inspiradores de una nueva filosofía natural, con gran amor por el estudio de los saberes artesanales y prácticos, de la Inglaterra de fines de siglo XVI y principios de siglo XVII.

La figura de Sir Francis Bacon, Lord Canciller de Jacobo I de Inglaterra (y VI de Escocia) es muy representativa de este grupo. Su amor por la naciente filosofía antiaristotelica, lo transformó en el blanco predilecto de un amplio abanico de críticos, en especial de filósofos referenciales de la segunda mitad de siglo XX, como Michel Foucault. Más allá de estas críticas no siempre ajustadas a pautas históricas rigurosas, el Lord Canciller nos legó un abanico de imágenes para pensar el papel de la tecnociencia moderna y pensarnos como sociedad en relación a esos saberes. Por ejemplo, en La

Nueva Atlántida contó sus travesías en una ciudad utópica – La Isla de Bensalem – cuyo eje central era una institución conocida como Casa de Salomón, descrita en reiteradas ocasiones como el alma y corazón de la isla.

La Casa de Salomón era una metáfora para hablar de “las artes útiles y prácticas” que pueden servir a un país, mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, desarrollar una economía equilibrada con el uso de los recursos medioambientales, y sobre todo, reflexiva, no dogmática, consciente de los propios efectos de su intervención.

Las páginas que siguen intentan invocar el viejo espíritu de esas artes útiles, practicadas en la casa de la sabiduría. Y lo hacen tomando un tema candente en la agenda política y científica actual, sea que hablemos de la política local o de la internacional. Ese tema no es otro que el cambio climático y más en general los estudios medioambientales, en una semana dedicada en forma explícita a reflexionar sobre ambas consignas. Y a modo de aporte –si se quiere una verdadera confesión de debilidad– lo haremos desde las herramientas historiográficas ofrecidas por la moderna historia social de la ciencia, la tecnología y la medicina; herramientas que tuve la posibilidad de conocer hace casi dos décadas, en el centro de estudios de

Historia de la Ciencia y la Técnica “José Babini” de la Escuela de Humanidades de la UNSAM, de la mano del Dr. Diego Hurtado.

2 – Pocos días atrás –Lunes 23 de setiembre– los matutinos locales publicaron noticias inquietantes provenientes del informe Unidos por la Ciencia, de la Organización Metereológica Mundial (OMM): dichos informes señalaron que “se estima que estamos 1,1º C por encima de la época pre-industrial (1750 – 1800) y +0,2º C que en el cuatrienio 2011 – 2015”. Los avances del informe (visibles en la página de la organización), ofrecen un abanico de procesos correlacionados a este aumento en la temperatura:

A) Reducción en la masa de hielo marino y de la masa de hielo general:

B) Aumento del nivel del mar, y mayor índices de acidez en su composición:

C) Aumento sin precedentes de la concentración de gases de efecto invernadero:

Esta triada es bien conocida de los públicos ávidos por noticias científicas y tecnológicas, dado que conceptos como cambio climático y calentamiento global adquirieron mucha importancia desde fines de los años 1970. Atravesaron las puertas de las instituciones científicas especializadas, para instalarse en el habla cotidiana de las personas. Estos conceptos conviven con las imágenes –aún en desarrollo– de los incendios masivos en la Amazonía, fuertemente sospechados de ser una herramienta (fuera de control) usada por agricultores deseosos de ganar espacios para sus animales y para el cultivo de soja.

3 – Desde ya que estas noticias no pueden ser más inoportunas para un país como la actual Argentina, sumido en una crisis económica con pocos precedentes en nuestra historia.

Y si bien no es costumbre del librepensamiento opinar ad hominem – a favor o en contra de un sujeto y por extensión de una institución o partido– no es menos cierto que está comprometido con un análisis racional y riguroso de las fuerzas y procesos sociales y naturales, que golpean a las puertas de nuestra vida cotidiana.

Pocas dudas caben que con epicentro en el mundo de las finanzas, la crisis económica en curso no dejó tema de nuestra agenda económica sin afectar con fuerza. El desplazamiento de la economía hacia lo que David Harvey denominó un sistema bancario en la sombras, encargado de prestar altas sumas de dinero a cambio de retornos rápidos en conceptos de deuda, se prestó a una fuga de capitales que fragilizó los actores económicos dedicados a la producción de valores reales y tangibles. Pymes rurales e industriales, industrias medianas clásicas, sectores de servicios, trabajadores, cooperativas, economías regionales, han sido mudos testigos de su ocaso, en una economía que tuvo como actores privilegiados a las finanzas internacionales, a los sectores concentrados del mundo rural, a los exportadores de energía. Un aumento generalizado del desempleo, los índices de pobreza e indigencia, reconocido tanto por instituciones locales como extranjeras, nos recuerda que afrontar este tipo de coyunturas económicas, trae tantos problemas medioambientales como los que viene a solucionar. Un clásico juego de suma cero. Reactivar el consumo y aspirar al pleno empleo, implica apostar a una industrialización (en nuestro caso) siempre intermitente, protagonista central en el aumento de la emisión de dióxido de carbono. Por el contrario, seguir apuntando a un sector primario exportador basado en las viejas “ventajas comparativas” de nuestra tierra, implica aceptar los riesgos del monocultivo y la erosión de la tierra.

En resumidas cuentas: calentamiento global de nuestra atmosfera o desertificación de nuestras tierras, parecieran ser partes de nuestros escenarios posibles inmediatos.

4 – Calentamiento global y coyuntura económica nos invitan a pensar en dos ideas relevantes dentro de los estudios ambientales, como son el de acción antropogénica y el de las imágenes catastrofistas que anidan en nuestro inconsciente colectivo.

Acción antropogénica es la referencia con la que se conoce a la acción de los seres humanos como causantes de la transformación medio ambiental reseñada al inicio. Se pone el acento en las acciones colectivas destinadas a sostener las relaciones productivas, puestas en marcha desde lo que el arqueólogo Vere Gordon Childe denominó revolución neolítica. En especial la producción sostenida de alimentos, el surgimiento de las técnicas de agricultura como la tala y el rozamiento de los campos, o la crianza de grandes cantidades de cabezas de ganado, no solo formaron parte de las primeras formas de explotación del trabajo y de la obtención de excedentes, sino que también dieron origen tanto a las modificaciones territoriales como a la biomasa disponible. La organización de la producción alimentaria a escala planetaria, fue un salto cualitativo en materia de uso de otras fuentes de energía presentes desde el paleolítico superior, como el uso del fuego. Y ese salto cualitativo, con el tiempo (de hecho varios milenios) abrió caminos a la revolución industrial, y al uso del vapor y el carbón sostenido desde fines del siglo XVIII, por todos los países que quisieron iniciarse en la aventura de transformarse en capitalistas.

Esta organización de espacios, tecnologías y biomasa ganó el concepto de una nueva era geológica, denominada Antropoceno, nombre propuesto por el químico Nobel Paul Crutzen en el año 2002. Antropoceno es el reconocimiento del impacto global de la humanidad en calidad de fuerza geológica, que vino a sustituir el período conocido como Holoceno. Y si bien las variables (aspectos) que componen este concepto son arduamente discutidas, queda claro que el crecimiento demográfico basado en la producción tanto del mundo agrícola como industrial, están fuertemente comprometidas con el aumento del dióxido de carbono a más de 400 partes por millón, al aumento de la temperatura global y el efecto invernadero, la pérdida de masas de hielo antárticas y la creciente composición acida de los mares.

Aquí es donde las miradas catastrofistas entran en escena, y lo hacen de una manera muy particular. Los trabajos de Paul Crutzen y las perspectivas de análisis que se abren con el concepto de Antropoceno son inquietantes, porque llegan de la mano de la más incuestionable autoridad científica. Crutzen investiga la química de la atmosfera desde fines de los años 1960 y es premio nobel en 1995. No es ningún gurú u outsider freelance de la ciencia; por el contrario sale de la antigua disciplina de Lavoisier y es referente de las principales academias científicas europeas de postguerra.

Su mensaje es contundente; se yergue como una verdadera herida narcisista para nuestro inconsciente colectivo: el desarrollo económico global, la quema de combustibles fósiles, el aumento demográfico (y una larga serie de etcéteras) son fuerzas sociales que solo controlamos de forma muy parcial. Según la narrativa estándar del Antropoceno, la Revolución Industrial marca el inicio de la modificación humana a gran escala del sistema de la tierra, principalmente en forma de cambio climático. En la floreciente literatura sobre el Antropoceno, la máquina de vapor a menudo se conoce como el único artefacto que desbloqueó los potenciales de la energía fósil y, por lo tanto, catapultó a la especie humana a un dominio de completo sobre su entorno.

5 – Es nítido el dilema en el que estamos, como país y como región del moderno sistema-mundo. Optamos por el efecto invernadero y la presencia de agrotóxicos en nuestros sistemas alimentarios e inmunológicos, u optamos por el mismo efecto invernadero, proveniente de los combustibles fósiles implicados en la industria, y en el funcionamiento regular del parque automotor, sector económico fundamental del desarrollo industrial. Cualquiera sea el camino, pareciera que estamos frente a un abismo que nos deja poco margen de movimiento, como especie. Llegados a este punto es momento de plantear algunas preguntas, visibles en los journals y libros dedicados al Antropoceno y a los estudios ambientales.

La primera gran pregunta es si ¿Toda acción antropogénica es igual de perniciosa?, o puesto en términos domésticos ¿Qué tan cierto es que todos los seres humanos, ciudades, países y regiones hemos contribuido con el mismo grado de responsabilidad para llegar al borde del abismo? Asumido el hecho de que los indicadores del cambio climático son una realidad palpable, difícil de ignorar y poner en tela de juicio ¿Qué tan cierta es una hija dilecta de las imágenes catastrofistas, como es la idea de hallarnos en un punto de no retorno, una bifurcación crítica sistémica sin vuelta en la contaminación medio ambiental? Si hacemos foco en la producción agrícola cabe preguntarse si ¿todo cultivo de la tierra es igual de destructivo para los nutrientes del suelo? Considerando el desarrollo industrial y económico de una nación cabe preguntarse si ¿Todos los procesos de industrialización han tenido el mismo impacto en el consumo de energía fósil? Acaso una de las preguntas más interesantes es la que se plantea en torno de estas energías ¿Qué alternativas existen para los combustibles fósiles y en especial, que resistencias afloran a la hora de considerar tal sustitución?

Se podrá intuir que no hay consensos en las respuestas, y que al correr de la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del siglo XXI, corrieron verdaderos ríos de tinta en torno a los debates que generaron. Muchas veces se cuestionaron las modelizaciones del cambio climático, realizadas sobre parámetros empíricos poco fiables. Otras veces se cuestionaron la escasa importancia dada a las ciencias humanísticas y sociales, a la hora de interpretar las posibles respuestas que distintos grupos poblacionales dieron (o darán) a problemas climáticos y ambientales similares. Otras veces el carácter político de los debates (en el sentido sesgado de política, como expresión de los intereses de una elite o grupo en el poder) fue la punta de lanza argumental que rarificó el clima de la discusión. En rigor de verdad, el lector que se inicie en las arcanas discusiones de los estudios ambientales, deberá trabajar con sumo cuidado las lecturas y libros que acumule en su mesa de trabajo. La tentación de las respuestas rápidas, parciales, muchas veces dogmáticas, y apologéticas, está a la vuelta de la esquina. La tentación de apelar a eso que Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron denominaron en su clásico libro El oficio del Sociólogo como “la mierda del profetismo” ha sido muy fuerte, acentuado por la importancia real que el tema tiene en nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, un conjunto de preguntas (y respuestas) son de particular interés en nuestra situación de economía semi-periférica, inscrita en un serio esfuerzo de integración económica, respetuosa de cuerpos y naturalezas. Y es el conjunto de preguntas que se abre en torno a los ritmos, plazos, estrategias y tecnologías que se invocan a la hora de intentar sustituir una matriz energética tan fuertemente arraigada en nuestra economía, como es el uso intensivo de combustibles fósiles, petróleo y gas a la cabeza. Cualquiera que sean los interrogantes que plantee esa transición , desde ya que sería importante estar al cuidado del intento de los países económicamente desarrollados de constituirnos en su mercado de “tecnologías verdes”, compradas “llave en mano”, y de este modo perpetuar una distancia tecnológica que lejos de empoderarnos como país y región, nos pone en el lugar de fieles discípulos de las agendas científicas y tecnológicas elaboradas en los países del norte, anulando de este modo el poder epistémico de las comunidades tecnocientíficas locales, tanto para elaborar diagnósticos de nuestras situaciones, como para intentar articular respuestas a esos diagnósticos. Como es de público conocimiento no estamos exentos de transformarnos en importadores acríticos de parques eólicos y paneles solares, que corren el riesgo de convertirse en el sustituto moderno de los espejos de colores y baratijas intercambiadas a inicios de nuestra era colonial. Conglomerados internacionales deseosos de colocar sus parques eólicos, pujan anhelantes las puertas de nuestras economías semiperiféricas, con el fin de darnos una respuesta rápida a nuestros abismos ambientales locales. Primero nos orientaron en la curva de la matriz energética clásica, y hoy día sus “speakers” nos orientan en las bondades de constituirnos en mercados de sus desarrollos tecnológicos. Toda una situación de monopolio tecnológico que hubiera preocupado a más de uno de nuestros referentes en materia de política científica y tecnológica, como Oscar Varsavsky, Amilcar Herrera, o Jorge Alberto Sabato.

6 – Un punto central en la narrativa de las problemáticas ambientales, viene de la mano de la historia de la tecnología, que nos advierte de las miradas ingenuas del desarrollo y de la innovación tecnológica, que el historiador británico David Edgerton llama futurismo recalentado.

La economía capitalista en la era del antropoceno tendió a recostarse sobre una noción intensiva de la innovación tecnológica, diseminada en centenares de tecnologías particulares que van desde las tecnologías dedicadas a la producción de bienes, a bienes tecnológicos particulares consumidos en forma prolífica en nuestras vidas cotidianas. Desde las máquinas de hilar impulsadas por el vapor de fines de siglo XVIII, a los modernos automóviles producidos y vendidos con fruición como parte del espíritu cultural del moderno homo economicus, una férrea ley general parece haberse impuesto como consenso epistémico: innova o perece. Áreas muy dinámicas del desarrollo económico, como las tecnologías bélicas, o la ingeniería en sistemas parecieran ser mucho más sensibles a este tipo de mandatos epistémicos. En este último ámbito se suele afirmar que los sistemas informáticos pierden su potencial de vanguardia cada dieciocho meses, fomentando una verdadera pulsión por la innovación y el patentamiento acelerado. ¿Es tan cierto que necesitamos cambiar la computadora o el automóvil cada dos o cuatro años, si es que tuviéramos esta posibilidad?

Futurismo recalentado es esta serie de tópicos ideológicos que nos llevan a desprendernos en forma acelerada de las tecnologías y mercancías, sin preocuparnos por sus usos laterales y alternativos. La necesidad de innovación perpetua como única vía para lograr el desarrollo de una ciudad, región o país, es un mito fomentado prolíficamente por algunos actores claves de la economía, más interesados en los réditos de las patentes que en el desarrollo de soluciones equilibradas y respetuosas de la biósfera. Aunque parezca un ejercicio ingenuo o pueril, es útil recordar que nos siempre los países y empresas de tecnologías más desarrolladas, se impusieron en las guerras militares o comerciales, como nos lo recuerda el final de la segunda

guerra mundial, donde el país por todos respetado como más

tecnológicamente avanzado – Alemania – sufrió una catastrófica y dramática derrota a manos de un país, que había iniciado su ciclo de industrialización casi seis décadas más tarde, en condiciones de una fragilidad económica pavorosa, como era la URSS.

El concepto de empresario innovador y de destrucción creativa formulado por el economista austriaco Joseph Schumpeter en los años 1930 y 1940, como motores dinámicos de la ideología de la innovación constante, nos plantea muchos más problemas económicos y medioambientales de los que nos viene a solucionar. Se han transformado en verdaderos mantras repetidos sin cesar por actores interesados en buscar recetas fáciles (y seguras) a los problemas del estancamiento económico. Los problemas que David Edgerton señala en el uso acrítico de este tipo de dispositivo de conocimiento económico, es que la lógica del desarrollo tecnológico queda resumida a la necesidad de generar ganancias, antes que a una exploración profunda y metódica de sus potencialidades alternativas. Descarte rápido y obsolescencia programada pareciera ser la naturaleza última de los objetos y artefactos que nos rodean, sin prestar atención a las múltiples re significaciones, que esas tecnologías pueden brindar. Es bastante claro, que esa actitud choca frontalmente con un cuidado genuino de los recursos de la biomasa y del sistema tierra.

7 – Es hora de cerrar y a modo de recopilación es importante señalar 1) Que el cambio climático es una realidad difícil de discutir o negar, porque las mediciones de variables ambientales pertinentes, muestran crecimiento relativos, difíciles de ignorar. Luego 2) Tan importante como asumir esa realidad es no dejarse tomar por miradas catastrofistas o dramáticas, poco amigas de una respuesta madura a problemas de magnitud. Según referentes de los estudios ambientales, estas miradas tienen el paradójico efecto de alejar a las personas de estas preocupaciones, justamente por el hecho de que no todas las personas comparten el mismo grado de responsabilidad en la contaminación ambiental. Lejos de comprometer a los ciudadanos o ciudadanas, o volverlas más conscientes, la promoción de imágenes apocalípticas – puntos de no retorno, catástrofes inminentes – pueden contribuir a alejarlas de estas problemáticas. Asociado a estas consignas 3) Es importante no comprar soluciones rápidas, llave en mano, basadas en paquetes tecnológicos que es difícil decodificar o producir en nuestro suelo. Adoptar este tipo de medidas – como estado y sociedad – es de una gran ingenuidad, hecha a medida de las necesidades de patentamiento de multinacionales encargadas de vender nuevas tecnologías.

Promediando el siglo XIX alguien dijo que “los grupos humanos no se plantean problemas para los cuales ya no tengan, al menos en términos potenciales, algún principio de respuesta”.

Ese canon de interpretación historiográfica sigue siendo de gran valor para pensar con algo de esperanza nuestro futuro inmediato en materia de ciencia, tecnología, desarrollo económico y preservación de la biomasa. Ciertamente los desafíos adquieren una complejidad de dimensiones, por el tamaño de los actores e intereses en juego. También es cierto que en esas dificultades se abre una pequeña luz, que es la de pensar nuestros futuros a partir del concepto de Otro Desconocido, tomado del filósofo Imanuel Levinas, y adoptado como posible alternativa para pensar posibles respuestas. Otros desconocidos son los anónimos rostros de nuestros choznos, personas que vivirán dentro tres o cuatro generaciones, muchos años después de nuestra partida material de este mundo. Las acciones tecnológicas, políticas, económicas, medio ambientales que tomemos en nuestro presente deberían ser lo suficientemente meditadas y equilibradas, como para dejar un mundo habitable a esos anónimos rostros.

Es todo por mí.

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