Del secretismo a Instagram: Quiénes son y qué misión cumplen los masones del siglo 21

El compás y la escuadra tallados justo sobre las puertas de entrada dan una pista. Dos pasos adentro, el águila de dos cabezas confirma las sospechas: la casa de Perón 1242 está repleta de símbolos e historia. Está en el barrio de San Nicolás desde 1872 y, desde ese entonces, pertenece a los masones. El también llamado Palacio Cangallo, como se llamaba hasta los 80 la calle Perón, comprueba que vio pasar muchos años y personajes. Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini —cuyo padre proyectó el edificio— son apenas algunos de ellos.

“Acá dentro se trata de que todas las aventuras del espíritu estén comprendidas”, explica Pablo Lázaro, Gran Maestre de la masonería argentina, acaso intentando explicar la variedad de profesiones, pensamientos políticos y creencias religiosas que comparten los masones. Él es un ingeniero informático de 42 años que hasta dirigió el área de Ciberdelito del Ministerio de Seguridad de la Nación entre 2018 y 2020. Fanático de la ciencia y apasionado por la tecnología, más allá de la presidencia de la logia trabaja en un laboratorio. Se unió a la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones cuando tenía 24 años; antes había escuchado fascinado a una maestra del secundario que le habló de los masones. Siempre le quedó la duda de si ella misma no formaría parte de la organización. Su padre posee una imprenta y también es masón. El asunto viene a cuento porque una vieja regla, resabio de la persecución, subsiste hasta hoy: no se puede señalar a otro masón salvo que este haya dicho públicamente que lo es.

El halo de secretismo se fue diluyendo con los años: si durante las dictaduras los masones argentinos se escondían, hoy tienen páginas de Facebook e Instagram y abren su sede central para La Noche de los Museos. Pese a ello, su figura aún suscita sospechas. Algo de eso explica que en una reciente manifestación anticuarentena, una columna se desvió del Obelisco para ir a provocar destrozos en el Edificio Cangallo. El motivo: los acusaban de haber creado la pandemia. “La institución está rodeada de mitos”, explica Lázaro. Por un lado, hay quienes refieren que existe una “gran conspiración judío masónica”. En el extremo opuesto, también hay quien intentó ser masón y se acercó a la sede porteña hablando de supremacismo blanco. “¡Nosotros somos la Revolución de Mayo y la democracia!”, reclama.

¿Pero quiénes son los masones locales? En rigor son una asociación civil. Según la organización, son unos 12.000 miembros que, bajo el lema de “Ciencia, justicia y trabajo”, se reúnen semanalmente en logias repartidas en todas las provincias del país. Cada una de ellas está compuesta, típicamente, por entre 40 y 50 “hermanos”, como se denominan. Allí debaten una variedad de temas con un método particular: se propone una lectura y se espera que toda persona que pide hablar aporte argumentos a favor de esa determinada postura. Si un miembro no está de acuerdo con ese enfoque, puede proponer otro trabajo, pero no confrontar.

Lázaro explica que hay tal variedad de personas dentro de las logias que se generan síntesis de argumentos que no se conseguirían en ningún otro lado. “Nunca voy a olvidar una reunión en una logia post tragedia de Cromañón: había un legislador, un chico que había estado ahí, un bombero, un periodista y un abuelo que había perdido un nieto en el recital”, grafica.

Lázaro asegura que es fácil reconocer una mesa de masones sentados en un bar. Por el tono, por cómo dialogan y porque siempre hablan de uno a la vez. Los masones se reconocen cuando usan la palabra.

Como institución, los masones intervienen en la vida pública en ocasiones concretas y previa decisión interna. Así lo hicieron para abogar por la ley del divorcio, oponerse a la enseñanza religiosa en escuelas públicas de Salta y, recientemente, impulsar un proyecto de ley de educación ambiental en el Congreso. La ley del aborto, en cambio, no tuvo adhesión completa entre todos los miembros por lo que no se impulsó. El librepensamiento es un valor fundamental para los masones.

Ayer y hoy

Las escuadras y compases del Palacio Cangallo remiten a los primeros masones: aquellos que en Europa construyeron las más bellas catedrales y decidieron agruparse para custodiar su saber preciado. Por eso hoy se siguen usando también un mandil, o delantal, que tiene una representación de acuerdo al grado y va variando según el masón pasa de ser aprendiz, a compañero y maestro. La masonería conserva muchos ritos y ceremonias y el pasaje entre un grado y otro no está exento de ellos.

En el despacho del Gran Maestre se luce un espectacular escritorio de madera que perteneció a Hortensio Quijano, vicepresidente de Perón. Sobre él, un inmenso cuadro que los masones consideran fundamental: aquel que muestra a José Roque Pérez —fundador y primer Gran Maestre de la Gran Logia de Argentina—, junto a Manuel F. Argerich trabajando juntos durante la epidemia de fiebre amarilla. Pablo Lázaro lo señala y explica que la mayoría de los hospitales porteños llevan nombres de conocidos masones. Al lado de ellos, una enorme pantalla recuerda que desde el 2020 existe una pandemia que obligó a que, incluso las logias, se tengan que reunir por Zoom.

Unos pisos más arriba, el Gran Templo tiene un cielorraso curvo que simula el cielo. Comienza siendo azul oscuro y se va aclarando a medida que se acerca al espectacular baldaquino de madera. Es que ahí se sienta el Gran Maestre, el que está “más cerca de la verdad” y el único que lleva un sol en su mandil.

Por María Ayzaguer